Seguimos con otro articulo más de Juan Gómez Soubrier:
Juan de Zarandona , pseudónimo de Juan Gómez Soubrier
Revista Hombre de Hoy 1987
EL CABALLO DE ATILA fue menos perjudicial para las verdes campiñas europeas de lo que ha resultado la nefasta invasión sobre el tapete musístico de aquellos que pretenden pastar por sus fueros sin mayor título que su osadía de charlatanes de multinacional, ejecutivos del garbanzo o temporeros de la vida. Las más resplandecientes frutas de desecho de la incipiente civilización posindustrial hispana -y sus apátridas más allegadas- se sientan a una mesa en cualquier rincón con la pretensión de verse automáticamente convertidos en sapientes musolaris. Vano empeño.
No resulta difícil conocer y desenmascarar a estos nuevos ricos de la cultura musística por más que intenten envidar con aires de cristiano viejo de La Rioja, ordaguear con el aplomo de un "cashero" euskera o aceptar con la sobriedad de un hidalgo toledano; la "horterina" -esa sustancia delicuescente que recorre todo su ser a flor de piel- tiene un olor capaz de engañar a un bárbaro del norte de Europa o a un jefe de gobierno sudafricano, pero jamás medrará ni camelará a quienes saben -y son muchos los que saben- que el mus es un juego en el que las señas nunca pueden ser falsas.
Lo más curioso no es el hecho de que intenten hacer señas falsas, sino que incluso cuando hacen las auténticas se les nota el pelo de la dehesa, la torpeza del advenedizo y la inseguridad de quien se reconoce indigno en lo más recóndito de su desolada alma de "chiquilicuatre". Su arma pretendida para realizar el vano intento de confundir al musolari es la fe que ponen en el juego, su interés aparente y la constancia que suelen dedicar para lograr jugar periódicamente con gentes a las que nada les une sino, acaso, el común aburrimiento. Pero esa fe de los nuevos conversos, como la que siempre anima a los jenízaros de cualquier secta no produce más ilusión de verdad que la producida por una marioneta de polichinela en un jardín de infancia: hasta los niños se ríen de ella a los cinco minutos.
Confunden semejantes intrusos el Mus con las Témporas, el envite con la acción de jactancia pueblerina y las frases habituales con una letanía laica. Uno solo de sus numerosos errores de léxico sirve para desenmascararles: son aquellos que cuando tienen "Dúples" pronuncian "Dúplex", más habituados a buscar pisos de alquiler en las secciones de anuncios por palabras de los periódicos que a jugar al Mus desde la tierna infancia. Son los mismos que hacen "Putting" por las mañanas por mucho "Footing" que le llamen, y en nada se diferencian de quienes han descubierto que el tenis se jugaba antes de que Santana les sonriese desde la pantalla y que ignoran que el golf no ha sido inventado por Ballesteros. Pero no hay que esperar a que liguen "Dúples", basta con echarles una mirada al sentarse en la mesa. La prisa, tanto en comenzar como en terminar la partida y la rigidez que acompaña sus movimientos les delata desde el inicio hasta el final.
Cierto y verdad es que, a veces, un auténtico ejecutivo de una empresa solvente suele verse sentado entre tanta escoria, una dama puede verse constreñida por afecto a compartir el tapete con semejante turbamulta y que hasta un auténtico musolari participa esporádicamente en partidas repletas de semejante populacho. Son excepciones que, además de confirmar la regla, contribuyen a separar el grano de las pajas. La última realidad del juego del Mus es contemplar al ser humano desprevenido, con la guardia baja y las defensas desactivadas, lo que le hace mostrarse, no tal como es, sino ¡Ay! tal y como le gustaría parecer a los ojos de los demás. Y es ahí por donde se les transparenta la trastienda de su pobre personalidad a todos los que han llegado al Mus a través de los cauces facilones de alguna partida casera, en la que fueron admitidos únicamente por la generosidad del anfitrión, al que luego traicionaron. Nunca aprendieron en las tascas, los chigres, las tabernas. Jamás cartearon en palacios ni castillos.
El jugador de semilujo que juega una vez al Mus por semana, igual que lo hace al tenis, al "Squash" y al erotismo familiar y doméstico, es capaz de convertir el más sutil y excelso de los juegos de naipes en hamburguesa descafeinada, corrida de toros televisada o cualquier otro fruto desaborido, insípido, inodoro. Aunque bien mirado son parte importante del placer del auténtico musolari. Sin ellos la gloria cierta del sabedor no resplandecería con el mismo brillo. Los musolaris "del pro" son los únicos que verán sobre su tumba las osadas palabras que figuran en la lápida del Gran Capitán: "Su gloria no pudo ser enterrada con él". O, como reza en San Jerónimo, textualmente, "Gloria Sua Nemini Consepultat". Amén.
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