Mesa final |
450 Km. Esa es la distancia que separa Alboraya de Segovia. ¿Son muchos o pocos? Pues depende. Todo es cuestión del estado de ánimo. El viaje de ida me resultó corto. Vas con las ilusiones intactas y la carretera parece que se acorta. Pero tal y como se me dieron las cosas, el viaje de vuelta prometía ser demasiado largo. De estar bien posicionado al finalizar la cuarta ronda del campeonato, con tres victorias y una sola derrota, pasé en un instante a estar eliminado. ¿Quién me iba a decir cuando gané el juego definitivo de la cuarta partida que iba a ser el último?. Pues así fue. 8 juegos perdidos seguidos y ninguno a favor y para casa. El mus es así.
Pero de pronto, en ese tedioso viaje de vuelta, se me ocurrió pensar qué había sido lo más positivo del campeonato. Y eso me aligeró el camino porque, rápidamente, me di cuenta que lo mejor del campeonato habían sido los participantes. Difícilmente se puede conseguir reunir un ramillete tan abundante de parejas cordiales. En las magníficas instalaciones del Hotel Olympia, se ha disputado un campeonato en el que yo destacaría el buen ambiente que ha habido entre los participantes. Si se observa el cuadro de los 9 primeros clasificados todas son parejas con las que da gusto jugar.
De esas 9 primeras parejas clasificadas me gustaría resaltar un par de aspectos muy positivos. El primer aspecto curioso es que tres de esas parejas están compuestas por padres que juegan con sus respectivos hijos. Me parece un detalle muy interesante, dada la gran necesidad que tiene el mus de savia nueva. Y el segundo aspecto que quiero resaltar es que la única pareja a la que no conozco, Raul Chagartegui y Javier Sánchez, ha conseguido un brillante segundo puesto. Se trata de una pareja bilbaína y me alegro de ese resultado porque este año, a través de la página del mus de Vizcaya, Jesús González nos ha descubierto a muchos el bullicio musistico que existe allí. A mi, personalmente, me causa envidia observar la cantidad de torneos que se celebran por allí permanentemente.
Lógicamente quiero felicitar a los campeones, Alfonso Martínez y Alberto Villar, dos magníficos jugadores a los que me he enfrentado en varias ocasiones y puedo asegurar que, si el azar no se decanta descaradamente por una de las parejas, cualquier partida que se juegue en su contra garantiza un alto interés musístico.
En resumen, no sé si este torneo habrá sido o no de Champions, lo que sí que puedo asegurar es que la inmensa mayoría de sus participantes sí que pertenecen a la Champions de la cordialidad.
LUIS GÓMEZ APARICIO
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